jueves, 19 de noviembre de 2009

Una granja muy particular (1)


131 Tienes razón Fernando, Gon y yo pensamos lo mismo: hay que seleccionar las lecturas, entre otras cosas porque no disponemos de minutos suficientes para leernos todo lo que se publica, ahora con tu permiso, el compañero Gon nos va a introducir en un nuevo relato…


UNA GRANJA MUY PARTICULAR (1)

Maite vivía en la ciudad, aunque su vocación siempre tuvo que ver con los animales del campo; a ella le daba igual el tipo de paisaje que apareciera en su retina, o los diferentes usos que el hombre le ha dado al medio a lo largo de la historia. Del campo lo único que le interesaba eran los seres vivos que lo pueblan, y como no vivía en el campo convirtió la casa de sus padres en un zoológico – algo ilógico por las dimensiones de la vivienda-. De movimientos algo torpes, le hubiera gustado estudiar veterinaria pero su cabeza no daba para tanto y se tuvo que conformar con un curso de formación profesional, que le sirvió durante un tiempo para trabajar en una clínica veterinaria donde la explotaban.
Tenía una pata que se llamaba Josefa, a la que metía de vez en cuando en la bañera para que se hiciera a la idea de lo que podría ser un lago. Maite se sentaba en la taza del water con la fregona en la mano y le daba migas de pan a Josefa. Canela – su perra – era la que marcaba el tiempo que ella y la pata debían permanecer juntas, porque los celos traicionaban a la perra, y no les permitía que estuviesen demasiado rato encerradas en el cuarto de baño, tanto es así que tuvo que llegar a un acuerdo con su padre – el de Maite –, para que en el turno de baño de Josefa, sacase a pasear a Canela y las dejase tranquilas. La perra aceptaba de muy malas ganas, consciente de que la estaban engañando, pero por otra parte tampoco quería desaprovechar la oportunidad de manchar la acera un poquito. Cuando eso ocurría, Maite aprovechaba la ocasión y dejaba entrar en el cuarto de baño a Dionisio, una tortuga macho que con aquel ambiente húmedo se paseaba alrededor de la taza del water y el bidé, y trataba de escalar por los azulejos, siempre con resultado negativo. Lucía Dionisio en su coraza un pequeño cascabel para permitir tenerlo localizado, y al mismo tiempo como señal de alarma porque cuando sonaba demasiado es que Canela se estaba pasando, y andaba a mordiscos con el pobre tortugo, que tenía marcados los dientes del cánido por todas partes. Maite acudía presta y le armaba una buena reprimenda a la perra, que con el rabo entre las patas y la cabeza gacha reconocía su error. Pasado un tiempo se le olvidaba y vuelta a empezar. En una jaula que se encontraba en la habitación de la muchacha, vivía un periquito que pasaba por ser el rey de la casa. De vivos colores y más atrevido que nadie, tenía la puerta de la jaula siempre abierta, para que entrase y saliese cuado le diera la gana. Se llamaba Luís y a excepción de las horas nocturnas, que se las pasaba en su palo echo un ovillo, el resto del día no paraba de un lado para otro charla que te charla. Tan solo se callaba cuando se posaba en el hombro de Maite, su padre o su madre, porque con la hermana o con la tía no compartía demasiada amistad; la una porque paraba poco en casa y le resultaba extraña, y la otra porque le interesaba más contemplar la televisión que estar pendiente de las gracietas de Luís, aunque Maite se desternillaba de risa cada vez que el pájaro se acercaba por el sillón de la tía. Aquello era un reto, se miraban a los ojos, el pájaro daba un saltito de aproximación y la señora acercaba a su mano el abanico, un movimiento de cabeza aviar y la mano sobre el abanico. Se hacía el silencio, cada cual mantenía sus posiciones, a partir de ahí cualquier cosa podía pasar, y lo que pasaba por lo general es que la señora nunca acertaba con el intento de sacudirle, y el pájaro terminaba por hacerle un vuelo rasante cerca de la cabeza que la sacaba de quicio. A Maite le encantaba esta situación, y como ninguno de los dos implicados sufría daño alguno, dejaba que se desarrollase la escena cada vez que fuese necesario. Con la muchacha se portaba Luís de otra manera, era más dicharachero, le daba picotazos suaves en la oreja y en la comisura de los labios, y obedecía sus mandamientos sin rechistar; de otra manera ya habría sido víctima de alguna descarga eléctrica, porque se llevaba parte del día de lámpara en lámpara, boca arriba, boca abajo, con una pata, con las dos, estirando las alas (no cesaba su actividad hasta oír la voz de la muchacha), y pendiente de los demás animales para ver si comían algo o no. Durante un tiempo Luís se tuvo que acostumbrar a la presencia en la casa de Mini, un gato callejero que llegó a manos de Maite desde la asociación de defensa de los animales, en la que prestaba su colaboración. El pobre gato había cogido una infección intestinal y requería de unos cuidados muy especiales, que en la asociación no podían dispensarle porque no se paraba.

.../...Continúa en Una granja muy particular(2)

1 comentario:

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?