lunes, 15 de abril de 2013

El destierro (1)

339 Vaya la que me ha formado el jefe, Gon, ¿con qué?, con el lío que le armamos a Trini a cuenta de la foto y esas cosas, que dice que no sabemos estar donde hay que estar, ¿qué quiere?, son días de Feria?, menos mal que siempre nos quedará Araminta para consolarnos, eso, menos mal…


EL DESTIERRO (1)

Sábado once de la noche:

Mientras Pedro se debatía en un quirófano entre la vida y la muerte…

—¿Y ahora qué Juan? ¿Cómo vuelvo al pueblo? –se lamentaba sollozando el padre de Pedro.

—Como puede volver un padre responsable –le respondía Carrasco.

—Si mi hijo se muere esto no puede quedar así.

—Claro que no, pero aún está vivo; eso es lo importante.

—Aún así Juan, aún así.

—No estás solo, tienes una familia.

—Tú sabes que yo no podré vivir al lado de quienes se han querido llevar por delante a mi hijo.

—¡Ha sido un accidente, hermano!

—¡Ha sido un crimen!

—Pedro todavía está vivo. No saques las cosas de su sitio; respétalo. No sabemos nada, ni siquiera que pasó. Llevamos aquí metidos un día entero y por ahora lo único que nos debe preocupar es que tu hijo, ¿oyes? ¡tu hijo!, siga estando presente entre nosotros, así que deja de hacer cábalas y cálmate de una vez.

—Muy buenas palabras hermano, pero a mí no me valen. Yo no puedo volver a mi pueblo y sentirme observado por todo el mundo, mientras el culpable de esto anda por ahí suelto.

—Muy bien, si quieres cogemos la escopeta y nos vamos de casa en casa...

—No es eso Juan, tú lo sabes. Yo no voy a matar a nadie, pero tampoco puedo vivir con quien ha intentado quitarle la vida a mi hijo.

—¿Y quien ha sido?

—Por eso Juan, por eso. Porque ni lo sé ni quiero saberlo, prefiero no verle la cara a nadie. Todos nos conocemos y sabemos quienes estaban detrás de esas botellonas y se hacían los gallitos y arrastraban a los jóvenes.

—Sabes demasiado hermano.

—Lo justo como para no poder vivir tranquilo. Con mi hijo o sin él, mi vida ha cambiado y tú lo sabes. Me conoces bien y no ignoras lo que late en mi cabeza. Mejor será que hoy sea la última vez que pise la tierra que me vio nacer.



Un día antes:

En un descampado próximo a las últimas viviendas de la población, acaba de comenzar la fiesta para un grupo de jóvenes que en las sombras de la noche, han formado un círculo con sus vehículos, de tal manera que unos alumbran con sus faros y otros emiten música de discoteca, machacona y a gran volumen. Mientras dos de ellos charlan, se acerca un tercero, que dice:

—Pedro, ven que te voy a enseñar como me ha quedado el maletero del buggy.

—Enseguida estoy contigo Serrano, espera que le explique a éste como bajarse la peli.

—Bueno, venid los dos, tampoco es que quiera ocultar nada.

—¡Que ya voy mamón! Que eres más pesado... –dijo Pedro.

A cien metros de ese lugar, las paredes de los corrales colindantes eran mudos testigos de aquella concentración festiva. A pesar del grosor de sus tapias y del cierre de sus ventanas era inevitable que el tremendo golpeteo de aquellas notas, que emitían los altavoces de los vehículos, llegase hasta los oídos de todos los vecinos cuyas casas limitaban con esa zona. Los más afortunados –los mayores- debido a sus carencias auditivas, estaban en sus habitaciones durmiendo, o al menos intentándolo, pero para el resto aquello era un suplicio difícil de soportar.

— ¡Y esto! Todos los fines de semana la misma historia – se lamentaba Carrasco dando vueltas por la cocina de su casa.

— ¿No se había ido ya a hablar con el alcalde? –le decía su mujer.

— ¿El alcalde? Ni la madre que lo parió, ni toda su puta casta son capaces de hacer nada. Yo no sé porque lo votamos –decía Carrasco tomándose un infusión de melisa.

—Pues tu cuñado me dijo que había estado en el Ayuntamiento –insistía la mujer.

—¡Que no coño! ¡Que no! Ese imbecil se cree que nos va a contentar con esas ideas, que no sé de donde se las habrá sacado de entretener a los golfos esos, que les tenía yo todo el día estrujando terrones, verás tú como se les quitaba las ganas de joder a los demás.

En el descampado...

—A ver que mosca te ha picado ¿Qué quieres enseñarme? Alguna gilipollez de las tuyas, seguro. –decía Pedro con una vaso de cubata en la mano.

—Vas a flipar, mamón –le contestaba Serrano-. ¿Qué te parece este par de bafles que he instalado en el maletero?

—¡La hostia tú! ¿De donde lo has sacado?

—Me los he currado, mamón. ¿qué te crees que los he chorlado?

—¡Yo que sé! De ti puede uno esperar cualquier cosa.

—Cuidado que eres mamón. ¿Te gustan o no? ¿Quieres escucharlo?

—¡Pues claro tío! Dale caña que vamos a dejar mudos aquí a la peña.

Serrano se subió en su coche e hizo funcionar el aparato de música. La carrocería del vehículo vibraba de tal manera, que parecía que iba a saltar en mil pedazos de un momento a otro. Los dos mil cuatrocientos watios de sonido coparon la atención del resto de los jóvenes que poco a poco se fueron acercando hasta el coche de Serrano, que para darle más realce a su obra de ingeniería, puso en marcha un sistema de luces de colores intermitentes, que evolucionaban al compás de la música.

—¡Cómo te lo montas, cabrón! –decía uno.

—¡Serrano, a ver cuando me llevas a dar una vuelta en tu buggy, pendejo!-decía otra.

—Cuando tu quieras pipita –respondía engreído Serrano.

Pedro mientras tanto repartía wiski, coca cola e hielo a todo el que podía hasta que la nevera portátil de Serrano se quedaba vacía.

Carrasco por su parte daba vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño.

—¡Chiquillo!. Estate tranquilo ya y trata de dormir –le decía su mujer.

—Eso quisiera yo, Pepa, pero no puedo. Me voy al salón a ver la tele.

—¿Al salón? ¡Tómate!..

—¡Que me voy a tomar! Llevo ya dos infusiones y una pastilla para dormir, pero tengo metido ese chum-chum, aquí en las sienes.

—¡Ponte tapones!

—¿Tapones? Lo que voy es a coger la escopeta y liarme a perdigonazos, verás tú como se arregla esto.

—No seas burro. ¡Anda ven aquí, que se van a desvelar los niños!

No era la primera noche, aquella situación se venía repitiendo todos los fines de semana y parecía que se multiplicaban los coches y los jóvenes con cada uno de los desplazamientos a los que se veían obligados por denuncias de los vecinos.

—¿Pedro tienes un pito? Que me he quedado colgao –decía Serrano.

—Colgao estás tú siempre. No tienes jeta. A ver cuando te gastas algo en tabaco, macho.

—No me hagas hablar que quien te da siempre el mejor costo, soy yo.

.../...Continúa en El destierro(2)

2 comentarios:

  1. Madre mía cómo acabará todo esto, ¿morirá o no? pero esas son las consecuencias del alcohol lo terrible en cómo puede acabar todo.

    Me ha entretenido este relato, espero con ilusión el siguiente capítulo.

    Un beso.

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  2. Malos presentimientos me traen esta historia. Normalmente siempre suele suceder una desgracias en situaciones así y, casi siempre la paga el que menos culpa tiene.

    Espero que, al menos en tu relato, me equivoque.

    Abrazos

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¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?