martes, 25 de junio de 2013

La monja (2)

349 Llegó el verano, Gon, ya lo creo: más luz, más tiempo para estar en la calle, días de playa, más fiestecitas, ¡ya, ya!.. ya hablaremos, en fin, Trini, Araminta y María, ahí siguen ¿verdad?, y que no nos falten, Alba, que eso de predicar en el desierto lo dejaremos para los anacoretas, déjate de rollos y cuelga ya la siguiente entrega, anda…

LA MONJA (2)
.../... Viene de La monja (1)

Cuando volvía a la habitación se encontró a un enfermero por el pasillo que al verle con aquella cara le preguntó: “¿Le pasa algo?” “No, no es nada –le contestó-“, pero a la par que se acercaba a la realidad iba preparando su teléfono de contacto con la Central para informar de lo sucedido. Media hora más tarde tres patrulleros de la policía iluminaban con sus destellos todos los ventanales que daban a esa parte del hospital. El guardián detallaba con todo detalle al inspector lo ocurrido sin llegar a mencionar en ningún momento el asunto de los ronquidos; como no había testigos tampoco era como para preocuparse, pero no obstante sí se quedó un tanto sorprendido cuando el inspector le hizo mención a la monja. “¿La monja, qué monja?”. El personal de servicio de la noche fue pasando por la mirada inquisidora del inspector que buscaba pistas, mientras otros compañeros se encargaban de escudriñar la habitación del preso. Los familiares de los enfermos de ese ala, fueron todos interrogados, así como algunos de los enfermos que solían pasear por los pasillos. Una vez cumplimentados todos los requisitos, el inspector y su séquito salió del hospital a la espera de que llegasen los primeros resultados de las pesquisas para el esclarecimiento de los hechos. En el control de guardia daban el relevo el turno de noche con el primero de la mañana y los comentarios eran de todo tipo, tanto por la peculiaridad de le huida como por la certeza de que algún día pasaría algo por el estilo, como de que no tardarían en volver a echarle mano al preso y por supuesto casi todos coincidían en que aquel acontecimiento había que apuntárselo, una vez más, a la monja que era la que siempre ponía la nota pintoresca dentro del tedio general en el que se desenvolvía la vida en aquel centro sanitario.

La noticia no trascendió a los medios de comunicación, porque el reo en cuestión no tenía en su debe más que pequeños delitos, que unido al trapicheo de estupefacientes y su bajo poder adquisitivo, le habían llevado repetidamente a la cárcel. Como auguraban los sanitarios fue detenido en menos de veinticuatro horas porque sus pautas de conducta eran de sobra conocidas en la comisaría de policía de su barrio. Su guardián –el hombretón- estaba pasando un mal momento y rebajado de servicio acompañaba al inspector de un lado a otro porque había una instrucción abierta y aspectos muy extraños que emborronaban su hoja de servicio. Pasando por alto el asunto de los ronquidos ¿por qué estaba abierta la reja? ¿De dónde habría salido aquella soga textil? ¿Quién había ayudado a ese pobre desgraciado que no tenía ni donde guarecerse tras su huida? Demasiadas preguntas como para dejarlas archivadas, tragarse la sanción y dar por inevitable aquel borrón en el expediente. El guardián pensó que actuaría por su cuenta y como buenamente pudiese, pero aquello no quedaría así. Sus jefes lo apartaron del servicio, le negaron acceso a cualquier información y dieron por zanjado el asunto, puesto que el reo estaba otra vez entre rejas y el funcionario debidamente castigado.

Sin su uniforme reglamentario comenzó a indagar en el cotidiano devenir de la vida hospitalaria sin que nadie le preguntase qué hacía por allí. A veces se hacía pasar por familiar, otras por compañero, hasta que poco a poco llenó un cuaderno de apuntes. Luego se las ingenió para acceder hasta el preso y tratar de sacarle algo sobre la noche de su fuga, pero éste no estaba por la labor, decía no recordar nada y bastante tenía con sobrevivir como para ayudar a un policía. Por amigos dentro del Cuerpo supo que las declaraciones del preso tampoco eran como para tirar cohetes: llenas de contradicciones, no aclaraban nada sobre aspectos fundamentales de su huida; la soga estaba allí, la reja no sabía por qué estaba abierta y por supuesto no conocía a nadie en el hospital que le hubiese ayudado, salvo la monja, que según constaba en el proceso de investigación era un ser ficticio que tan sólo moraba en la mente de esa criatura. El guardián iba atando cabos y aquella monja se le estaba haciendo ya demasiado familiar como para dejar de tenerla en cuenta; la mencionó el inspector antes de que hablase el preso, la escuchó el guardián en alguna conversación perdida de los enfermeros y ahora la descubre de nuevo como parte de la declaración del preso. ¿Quién era esa monja si allí ya no queda nada de la antigua comunidad religiosa que cuidaba a los enfermos? ¿O si quedaba?

Quedaba el ingenio del hombretón que puso sus cinco sentidos a trabajar, cambió parte de su fisonomía y se agazapó por las habitaciones ganándose la confianza de los enfermos como si de una familia más se tratase. Sabía que más pronto que tarde terminaría apareciendo lo que para él ya no había duda. Unió su sanción con las vacaciones oficiales e incluso consiguió una baja por depresión y durante todo ese tiempo no faltó ni una noche del hospital, hasta que la toca de una monja se deslizó inesperadamente por el silencioso pasillo. Como un resorte se incorporó de su asiento, se asomó con todo sigilo a la puerta y observó por donde merodeaba aquel misterioso ser: entró en una de las habitaciones, pero cerró tras de si la puerta, con lo que el policía no llegó a ver nada de lo que ocurría en su interior; alguien hablaba en voz baja, otro roncaba y al sentir que se aproximaban a la puerta, corrió a refugiarse tras un mostrador. No había duda, allí estaba una monja ¿sería ese su objetivo? ¿Quién era? Posteriores investigaciones le llevaron donde el principio: el recinto hospitalario estuvo regido por una Comunidad Religiosa, que pasó a depender de la Sanidad Pública hasta que se fueron todas las hermanas del Centro, con lo que oficialmente allí no trabajaba nadie como tal. Podría tratarse de un familiar. O de una ayuda desinteresada. Pero ¿y las reglas de la Congregación?
.../...Continúa en La Monja (y 3)

miércoles, 19 de junio de 2013

Autores, libros y lecturas

348 Gon, has dejado a J. Valle y a Trini con la miel en los labios, de eso se trata, Alba, parece mentira que todavía lo dudes, ¡ah!, ya veo que estás donde tienes que estar, ¿cómo llevas la lectura de “Una vida encantada”?, a mí me parece bien el libro, aunque intuyo que a ti, Alba, te debe gustar más, es más de tu estilo, ¿lo dices por la autora?, lo digo porque te conozco, ¡ah!, ¿y qué me dices de Bubowski?, ahí si que me encuentro a gusto, Alba, en ese tipo de lectura estoy en mi salsa, ¿no crees que Palahniuk es una copia?, una copia, una copia , no exageremos, Alba, es un estilo similar, una copia, Gon, lo que pasa que más de nuestros tiempos, bueno, vamos a dejarlo ahí, te quiero llevar a otro terreno ¿no crees tú que PsP anda de horas bajas?, ¿lo dices porque el último micro no está teniendo aceptación?, no es eso, Gon, no extralimites los términos, ¡uy qué bien hablas!, ¡menos cachondeo, leñe, que estoy hablando en serio!, ¡vale, vale!, mi opinión es que todo cansa y que los pesos pesado del club se han metido en demasiados compromisos y no da tiempo a llegar a tantos sitios, ¿y qué dice D. José de todo esto?, poco, bastante tiene con lo suyo, por cierto, Alba ¿qué noticias tenemos?, pues nada, que hay que dejar pasar el verano para darle un empunjoncito a su recuperación, ¡joé!, eso mismo digo yo, Gon, menos mal que parece que en TusRelatos estamos en alza, así es la vida, Alba, unas veces se pierde, otras se gana, ¡ya!, y tú y yo mientras tanto, dale que te pego al teclado, ¿qué quieres?, cada uno tiene lo que tiene ¿no?, ¡si, si!, si en el fondo tienes razón, ¡toma!, un regalo, ¿qué es?, ¡ábrelo!, ¡leche, un libro!, ¡de Vaz de Soto!, así es, Gon, así que ¡a leerlo!

martes, 11 de junio de 2013

La monja (1)

347 ¿Tienes ya preparado tu relato, Gon?, ahí va,  Trini me dio saludos para ti, es cierto que no la vi y además espero que le guste este último relato de la serie, pues que tengas suerte…

LA MONJA (1)
El hombretón que hacía guardia junto a la puerta de la habitación tenía claro que aquel preso no podía escapar salvo que saltase por encima de sus hombros, por eso se permitía dar un par de cabezadas cada noche, a sabiendas de su buena preparación física y psicológica para situaciones de este tipo. En el pasillo hacía calor porque la calefacción estaba dos puntos por encima de lo que sería normal para que estuviese en la temperatura adecuada. Así que relajado se había quitado parte de su uniforme reglamentario y aflojado un tanto el cinturón del pantalón. Dentro de la habitación, el único paciente que la moraba, miraba con impaciencia su reloj de pulsera esperando que las manecillas del mismo alcanzasen la hora prevista para iniciar lo que tantas noches había soñado: escapar. Sabía que su paso por el hospital era una oportunidad que no podía desaprovechar y bastantes magulladuras le había costado conseguir llegar a la situación en que ahora se encontraba como para dejar pasar la oportunidad que se le brindaba. Las tres de la mañana era una hora difícil de superar para quien no tiene otra cosa que hacer más que esperar a que pasen las horas, así que aquel vigilante roncaba con placidez mientras que el preso se deslizaba de la cama, se quitaba los esparadrapos del brazo y se ataba el pijama con fuerza a la cintura. Con sigilo se aproximó a la terraza cuya puerta de rejas se encontraba sin el cerrojo echado y comprobó que en un rincón se hallaba un bulto con ropas tras un macetón de geranios. Miró al guardia, luego a su cama y por último cogió un extremo de aquel manojo de ropas y lo ató fuertemente a la reja de la terraza. Ni se paró a comprobar la solidez de aquella soga textil que debería dejarle con un pie en el suelo; se hallaba en la tercera planta y desde allí no había forma humana de salir como no fuera de la manera que él lo estaba intentando: nada donde agarrarse, nada por donde deslizarse y por supuesto abajo una acerado de losas cuadriculadas que en cualquier momento podían, si no llevarle a la tumba, al menos si dejarlo baldado para el resto de sus días. Tenía miedo, pero no le tembló el pulso a la hora de encabritarse en el borde de la terraza y enroscarse a la soga como un naufrago a una tabla de salvación.


Se deslizó suavemente, calculando a cada instante cuando sería el momento oportuno de soltarse y tocar tierra firme. Como las zapatillas tenían suela de goma, apenas se oyó ruido alguno y en pocos minutos se encaramó a la tapia que separaba el recinto sanitario de la ansiada libertad. A esa hora apenas había tráfico en la avenida, por lo que todo lo aprisa que pudo se pegó a los soportales de los primeros bloques de piso que encontró para perderse como una sombra fugaz tras unos contenedores de basura.

En la habitación, mientras tanto, todo parecía normal –la almohada ocupaba su espacio-, salvo el pequeño detalle de la soga atada a la reja y que el guardia no vio la primera vez que se asomó a comprobar que todo marchaba según las pautas previstas. En una segunda ocasión, tuvo necesidad de entrar en el servicio y mientras se enjuagaba la cara, porque pensaba que ya había dormido demasiado, se le vino a la mente alguna cosa rara que no le cuadraba del todo: consultó su reloj, las cinco de la mañana y tanta tranquilidad. Allí pasaba algo; se inquietó, tiró la toalla al suelo y clavó su mirada en el la puerta de la terraza; sus ojos se fundieron con aquel punto blanco que le hizo dar un brinco, encendió todas las luces, se fue hacia el preso y se encontró con la almohada. En ese momento se acordó de su padre y de su madre –los del preso-, se cagó en los calzoncillos y no gritó porque no le salía la voz del cuerpo.

En la terraza recogió velozmente la soga con todos sus amarres, miró a un lado y a otro para ver si el preso se encontraba desparramado por algún sitio, husmeó algún rastro, pero ni por asomo: la habitación era lo suficientemente pequeña como para que no hubiera duda, allí no estaba. Cerró la puerta luego de recoger su sillón y ponerse lo más decente que pudo y bajó hasta la parte trasera de las habitaciones para tratar de seguirle el rastro: nada. No había dejado ni una mala huella. Con la cara blanca del susto y pensando en lo que se le venía encima, retornó a su puesto sin atreverse a preguntar a nadie ni a informar a sus superiores hasta estar convencido de que no se trataba de una pesadilla.
.../... Continuará

lunes, 3 de junio de 2013

Mejor nos aclaramos

346 ¿Has visto las santas de Zurbarán, Gon?, aún no he tenido tiempo, pues no te las pierdas porque merece la pena, preciosa exposición y didáctica ¡eh, no creas!, vale, de acuerdo ya iré a verlas, ¿y qué me dices de “Errores humanos”?, qué quieres que te diga, Alba, ese es Palahniuk en estado puro, menos mal que tenemos al profe para que nos explique las cosas, no se yo, Alba, hay que esforzarse, cierto, pero es que leer no debe ser como mirar la tele, hay que tener alerta los sentidos, captar lo que nos quieren transmitir, ¿y dónde dejas el entretenimiento?, haciéndolo encajar en el conjunto de la obra, ¡de acuerdo, Gon!, eso suena muy bonito, pero la gente quiere pocas complicaciones, que lean otras cosas, hay publicaciones para todos los gustos y de todos los colores, pero llega un momento en que te tienes que plantear avanzar, hacer trabajar el intelecto, te veo hoy algo cambiado, Gon, ¡qué has tomado este fin de semana!, más bien qué no he tomado: me quedé en casa, ¡ah!, ¿qué le decimos a Araminta?, lo mismo que a María y a Trini, tú eres la representación de la poesía, tú debes dar la respuesta, me refiero a lo de Arruillo, espabilado, ¡ah, eso!, me he traído la proclama aquella que nos hizo colocar D. José de pantalla de inicio:  Arruillo, es el nombre de un arroyo, del arroyo que me dio la vida y que ahora utilizo como estandarte para abrirme camino en este intrincado mundo de las letras. A lo largo de mi vida he intentado varias aventuras literarias, pero todas quedaron ancladas en puertos distintos del que a mí me hubiese gustado llegar. Poco a poco iré plasmando mis pensamientos en este portal a través de la fantasía que nos permite la literatura y será una forma no sólo de darme a conocer, sino al mismo tiempo de que nos conozcamos todos. Al menos, eso espero. ¡Ah, ya recuerdo!, y desde entonces lo ha ido poniendo en el frontispicio de todas las casas por las que hemos pasado, una especie de sello de identidad, más o menos, Gon, y en cuento a los poemas a publicar ya sabes que no depende de mí, es cosa del jefe, yo si lo sabía, Alba, pero es para que se lo contases a tus fans, ¿a mis fans?, qué graciocillo estás hoy, ¡vete a tu mesa, anda!