martes, 28 de abril de 2015

El capital humano

                                         Imagen tomada de la red

Hace tiempo que en esto del cine me aficioné a las películas en versión original, a pesar de estar a cero en cuestión de idiomas. Pero lo cierto es que es notorio la diferencia con respecto a una película doblada. El oído se hace pronto a lo bueno. Puestos en estas, estuve hace poco en una sala para visionar El capital humano de Paolo Virzi, un thriller italo-francés del que no sabía nada de nada, pero como me dejo llevar por quien sabe, allí que estuve. Me gusta fijarme en la estructura, en el guión, en la interpretación, siendo bastante exigente en el desarrollo de la historia, por aquello de la enorme cantidad de basura que lleva uno acumulada luego de años de ver cine tanto en salas como en televisión.
No me decepcionó en absoluto. Eso de dividir la historia en cuatro tramos no es la primera vez que lo veo, y me sigue gustando. Viene a ser como una carrera de relevos dónde un actor cede el testigo a otro para que continúe él con la responsabilidad de llegar a la meta. El espectador va entrelazando aquello que quedó pendiente con lo nuevo que nos cuentan. Ya digo, resulta interesante.




El fondo de la cuestión viene a ser algo también muy trillado, pero no por eso fuera de lugar: ricos y pobres y en medio los sabihondos. Y por supuesto, las difíciles relaciones humanas desde el punto de vista del amor, del cariño o de la hipocresía. Cómo somos los humanos. ¡Ah!, y al final, ya se sabe: poderoso caballero es Don Dinero, que ya vaticinó en su día uno de nuestros grandes del Siglo de Oro: Francisco de Quevedo.
Hasta aquí mi aportación. Ahora les dejo un enlace del crítico de La Vanguardia Lluís Bonet, por si les apetece estar más informados. Y un trailer de youtube. Completito, eh, pues que les aproveche.


miércoles, 22 de abril de 2015

Trío de ases




Confieso mi  debilidad por Horacio Quiroga, me la insuflaron en uno de esos cursos en lo que uno se apunta para mejorar en la escritura. Forma parte de mis libros de cabecera, a él acudo como un bálsamo cuando me enredo con lecturas complicadas o que no me llenan. Leo “En la noche” y me parece mentira que en tan pocas páginas se pueda crear una tensión tan enorme, una atmósfera tan propicia, que a pesar de saber que estamos ante un final feliz –cosa extraña en este autor–, seguimos leyendo con voracidad. Su divague, sus diálogos, son exquisitos, únicos. En el relato corto, Quiroga es uno de los grandes. Un bálsamo, ya digo.


Leo a Antonio Gala en “Los papeles del agua” Es indudable que la prosa de Gala es contagiosa e invita a seguir leyendo, bien sea porque la historia en cuestión atrapa o porque su aportación intelectual es interesante. Su amplio bagaje le hace tirar de recursos sugestivos, sobre todo a la hora de referenciar a otros autores o acontecimientos literarios de épocas pasadas; traer a colación algún acontecimiento o alguna frase, me parece una buena manera de formar al lector. Si está bien hecho, claro. Gala cuenta una historia de amor que busca su originalidad en unos supuestos cuadernos que una supuesta escritora conocida habría escrito y no publicado. La sitúa en la ciudad de Venecia como un atractivo más para la lectura y se atreve a darle cancha a la temible mafia de origen italiano, lo cual siempre es un riesgo por muy literario que sea lo que alguien escribe. Puede que Gala esté ya un poco de vuelta de todo. No se me ha hecho pesado, lo he leído con gusto, a pesar de ser un libro de más de cuatrocientas páginas.

Y para terminar, mencionaré a un poeta malagueño, para mi desconocido hasta  ahora, Francisco Muñoz Soler, nacido en 1957, que me ha sorprendido con “Esencias” y “Alma entre almas”, publicado por la Asociación Di-Fusión-2 –de la que acabo de hacerme socio–. Su estilo es tan claro, tan de andar por casa, que se hace íntima su versificación. De él, dejo esta muestra:


Desgraciadamente
no leen poesía
quienes no necesitan
 amar

desgraciadamente
no leen poesía
quienes hacen bandera
de la estulticia

aún así
tenemos que reavivar
sus consciencias

con la fortaleza
que nos da el amor
para conquistar
espacios de compasión

en sus corazones 
de piedra.

lunes, 13 de abril de 2015

Gervasio


Tiene el bigote que sobresale de la cara por encima de cualquier cosa. La tez morena de herencia, los dedos achorizados y los ojos rasgados sin llegar a ser confundidos con los orientales. Su voz es ronca, con resonancias portuguesas y altos y bajos de distintas tonalidades. Adorna sus canas con un sombrero tipo tirolés, que hace años le colocaron y que ya forma parte inseparable de su anatomía, y la comisura de los labios con un eterno cigarro encendido por encima de cualquier disposición higiénico-sanitaria al uso. La furgoneta es grande, puesta a transportar admite un número indefinido de infantes en el habitáculo delantero. Se maneja con destreza con ella, acostumbrado a calles estrechas, rasguños por las paredes y subidas y bajadas de acerados. Más que un chofer parece un muñeco articulado con más brazos que el resto de los mortales: lo mismo recoge a los zagales en la puerta del colegio, que lleva pasto o transporta muebles. Ahora, eso sí – señor guardia – no le pida usted papeles porque entonces sí que la hemos liado: con lo que cuesta la gasola, la mala leche del payo del taller, los “ricambios” y la cara de los churumbeles mirando a la autoridad, más vale pensar en otra cosa y dejar que siga su camino porque a honrado no hay quien le eche la pata a Gervasio. 

martes, 7 de abril de 2015

Tu que todo lo iluminas


                                            Astro enigmático, ferviente esfera
                                            hiciste sonar la lira olvidada
                                            de múltiples poetas. Adorada
                                            fue tu imagen. ¿Y quién no te venera?



                                            En el amarillento suelo, en la era,
                                            surge la paja y el grano. Copiada
                                            una página más, agua pasada,
                                            de la pétrea historia verdadera.



                                            Realizas el milagro —divino—
                                            de cambiar el esperanzador verde
                                            en crujiente ocre. Gotas de sudor

                                            brotan. Pesado casco, corte fino,
                                            gira al trote ligero; no se pierde
                                            detalle, expectante desde su alcor.