martes, 23 de junio de 2015

Jóvenes


Cada mañana ocupan los cincuenta centímetros más fríos de todo el umbral, pero no importa: con las mochilas depositadas en batería y los labios pegados tras la intimidad de una gorra "Nike", saludan las primeras luces del alba esperando que suene la alarma del móvil para incorporarse a la primera clase del día. A veces semejan virginales estatuas que esculpiera algún afamado artista: no importa nada, no se mueve un solo músculo, permanecen abrazados como si la vida les fuese en ello; otras cuchichean frases imperceptibles al resto de los mortales, en un lenguaje peculiar creado para entenderse tan sólo ellos. En época de exámenes mantienen en alto unos cuantos folios, tratando de hacer pasar los conceptos fundamentales desde la mano al cerebro, imitando al mejor de los ilusionistas del mundo. Pero sus ojos son otra cosa: desprenden un brillo especial, un halo embriagador que nos llega a todos los que pasamos por delante de ellos, haciendo como que no los vemos, pero sintiendo como se nos anima la rama juvenil que aún conservamos dentro. 

lunes, 15 de junio de 2015

Pandorga


Inmerso en la lectura del libro Anaconda de Horacio Quiroga, editado por Alianza editorial en 1981, me encuentro con una palabra que hacía mucho tiempo que no la había escuchado: pandorga.
No es una palabra cualquiera. A mi me trae el frescor de las tardes de verano cuando correteaba mis ocho o diez  años, allá en el Llano Barrio de Paymogo. Ninguno de los adelantos técnicos al uso se habían inventado aún y por tanto la chavalería agudizábamos el ingenio para disfrutar de lo que tocaba: la infancia.
Aquellas pandorgas fabricadas por nosotros mismos, con cañas, papel de estraza, metros de hilo y trapos de colores subían y subían hasta las nubes con los mensajes de ilusión que les íbamos enviando. Páginas de una vida que ahí quedó.
Ahora, mi admirado Quiroga, me recuerda en su cuento El Divino que ese término con el que se denomina a la cometa era utilizado en su época en Misiones, en la frontera con Brasil, cumpliendo el mismo objetivo que en mi pueblo de origen, situado a miles de kilómetros, océano de por medio. El lenguaje carece de fronteras e incluso se resiste al paso del tiempo. El diccionario de la lengua española aún lo recoge en su seno, en su apartado 3: Cometa que se sube en el aire. Cuánto disfrutábamos entonces y cuánto disfruto ahora con la lectura de este cuento de Quiroga, que al margen de término, nos da una muestra más de su extraordinaria forma de entender el relato.
De este modo, fue menester que Howard sostuviera de pie al Divino, mientras el tambor comenzaba su piruetesco acompañamiento, y la comitiva cantaba:
Aquí está el Divino
que te viene a visitar.
Dios te dé la salud
que te va a cantar.
El Divino que está ahí
te va a curar
y el señor reciba
mucha felicidad.
Santo alabado sea
el señor y la señora.
Que el Divino les dé felicidad.
Una pandorga que lanzada al aire de aquellos años —¿sería esta una de mis peticiones?—, me ha llevado al encuentro de este relato con el que me he permitido el lujo de soñar.

lunes, 8 de junio de 2015

Blogs amigos


La transmisión del conocimiento a través de los blogs se ha generalizado tanto, que rara es la mañana que no le dedico su espacio para consultar que me ofrecen las páginas de mis favoritos. Entro, leo, comento y por lo general disfruto con este quehacer, que a su vez me sirve de inspiración a mí mismo para las propias entradas de blog, como es la que nos ocupa.
Hago mención, sin ningún orden establecido, a blogs como los de Verónica Calvo,
Tinta de sueños, en los que siempre encuentro algún poema que me gusta o alguna referencia bibliográfica digna de tener en cuenta.
A Conchi, en su Espíritu sin nombre, para darme un paseo virtual, y en ocasiones recordatorio de puntos de nuestra geografía que no hay que perderse.
A Marisa, que desde su Xanela literaria, me ofrece siempre un buen ramillete de versos de exquisita factura.
A María, desde Algo más que palabras, en una línea sensual-erótica, que más de un disgusto le ha costado, pero que no le hacen amedrentarse en absoluto y ahí sigue, firme con sus ideas.
A Antonia María y su Corazón del verbo, haciéndome que me sienta siempre con ganas de seguir bebiendo de su fuente poética.
A María José Collado, desde El mirador de las estrellas. Buena amiga y excelente trabajadora de la rima, que no cesa en su afán de transmitir y participar en eventos relacionados con el mundo de la poesía.
A José Valle y sus Eclipses, incansable comentarista, que siempre tiene la palabra justa para darme ánimos. Sus poemas rayan la perfección.
A Araminta y El decir de las palabras. Aunque publica de tarde en tarde, me encanta su forma de narrar y le estoy muy agradecido por su amistad.
A Amparo con sus Jazmines abandonados. Me cuenta historias de la vida cotidiana, de esas que a mí me gusta y por supuesto le busca los tres pies al gato.
A Rafa, Pequeño animal en disturbio, como él mismo se autodefine, que busca llegar algo más lejos a través de sus versos. Savia joven.
A Lou, que desde su Pálida sonrisa, me da muestras una y otra vez de la sensibilidad a la hora de trasmitir pensamientos.
A Lorena y Raquel en Noviembre sostenido, como muestra de que los aspectos cotidianos de nuestra vida son dignos de tener en cuenta.
A Carlos Caro, que a través de Cuentos de hoy, me hace disfrutar con su exquisita prosa, al tiempo que aprender términos del otro lado del charco para mí desconocidos.
A Nuria y Entre luces y sombras: entrañable poeta, activista de la palabra, todo un ejemplo de mujer trabajadora.
A Trini Reina, que me tiene enamorado con su delicadeza a la hora de construir los poemas. Mujer que admiro y a la que deseo una recuperación total.
Hasta aquí mis referencias de Blogger. Se quedan en el tintero mis amistades de Palabra sobre Palabra, Tus Relatos, Facebook, Twiter y Me gusta escribir, a los que sin duda, les debo un reconocimiento específico y que llegado el momento, les dedicaré una entrada.

martes, 2 de junio de 2015

Será el fragor del arroyo


Será el fragor del arroyo
o la liviana caída del otoño,
el inevitable
ataque hertziano,
o el último recodo de la calle.
                                               El azul
que baña el cristalino,
los muros ignotos que susurran
larga epifanía de noches,
el perfume adosado al pecho
o la vibrante transparencia.
El dominio,
cuerpos de goma, gigantes
de pie de barro. Laurel
sobre emanaciones de jazmines.
El filo de una mirada
que provoca borbotones de leucocitos,
accidentes gramaticales.
                                      No sé.
Y no sé
en que manantial bebió
aquel señor —untado de pez—
de las inmaculadas sombras.
Quiero olvidar la lluvia de volcanes,
tempestad de muslos,
tormenta de labios,
sed de ojos cautivos.
Sacaré el hollín de los poros
de mi piel
y dejaré que las estrellas
jueguen con mi desnudez.