martes, 19 de febrero de 2013

La conversación (1)

331 Se nos está complicando el asunto de los spam, ya lo creo Alba, y lo peor es que a Trini le cuesta trabajo superar el escudo y a Vero le da problemas quitarlos, ¿pues sabes qué es lo mejor, Gon?, dime, que les pongas un relato nuevo, ¡ah!, siendo así…
LA CONVERSACIÓN (1)
Paseaba con los perros como si llevase atado un trineo, que se deslizaba por los pasos de peatones sin obstáculo alguno. Frente a él una plaza de apagados verdes y rincones terrosos, con excrementos del día anterior, le esperaba para soltar a los animales. No muy lejos la chica rubia que desde hacía una semana coincidía en lugar y espacio, y a la que no había dirigido ninguna palabra, porque tenía miedo de recibir un no por respuesta. ¿Un no? Pero si aún no le había pedido nada, ni tan siquiera la hora, ya le iba a negar algo. Con el miedo que tenía a ser rechazado, no soportaría ni eso. La luz del atardecer era cada vez más oscura, y las farolas del parque comenzaban a emitir los primeros destellos, esos que aún no se perciben como no sea fijándose en el cristal ahumado de las mismas. Unos gatos – esos pequeños felinos que tanto irritan a los perros – estaban en la parcela de al lado, mirando como se las tenían que apañar aquellos chuchos bonaerenses, que cada día llegaban en oleadas y se ponían a corretear los más afortunados o a ladrar los más desgraciados. Ellos desde su atalaya, a salvo de cualquier contingencia permanecían estáticos, como el joven de largas patillas y la rubia del móvil con luces fluorescentes. Los jóvenes se miraban de reojo, pensaban en la manera de dirigirse la palabra, pero no encontraban la forma adecuada. De pronto uno de los perros de la recua del muchacho, escapó de su amarrijo y se lanzó como un corredor de élite contra la verja que los separaba del dominio de los felinos. La joven abandonó por un instante su obsesiva charla, y pensando que se trataba de un animal de su tutela corrió tras el perro como si le fuese la vida en ello. Otras personas que se encontraban cerca, se quedaron mirando la secuencia imaginando una escena que se viviese a cámara lenta, cuando en realidad todo estaba discurriendo a un ritmo frenético. Unos niños que jugaban al fútbol en el césped, lanzaron un boleón tremendo y corrieron en sentido contrario, creyendo que se les venía un tropel encima, pero enseguida se dieron cuenta que aquella película no iba con ellos y se pararon a contemplar como acabaría la alocada carrera del perro y la chica rubia. Y acabó con el can ladrando como una fiera a los inofensivos gatos, que no se alteraron lo más mínimo, acostumbrados como estaban a que de vez en cuando apareciese por allí algún rabioso animal queriéndoselos comer. La joven hasta que no llegó a la altura de la reja, no se dio cuenta de que aquel peludo escandaloso era de otra recua. Ni se atrevió a tocarlo – dado su estado de excitación -, miró para atrás y observó que el joven de las patillas le hacía gestos indicándole que volviese sobre sus pasos, mientras él sujetaba como podía al resto de los perros, que con tanto jaleo estaban alborotados y nerviosos. Uno de los niños que jugaba al fútbol se acercó a la chica rubia y le entregó su móvil, dado que en su disparatada carrera había salido despedido y fue a parar cerca de donde se encontraba la pelota de fútbol.


—¡Graciela, boluda! ¡Contestá! ¿Pasá algo? – podía oírse en el móvil.

Sudorosa y casi sin saber a que atender primero, Graciela retornó a pasos ligeros mientras daba explicaciones gesticulando con la mano derecha y señalando la posición del joven de las patillas y la del perro causante de tanto estropicio. Cuando llegó a su altura trataron de darse explicaciones el uno al otro, pero lo más que consiguieron fue que se les pusiese la cara roja, aunque esta circunstancia pasó desapercibida por la excitación del momento, que no se sabía muy bien si era debida al lío de los perros o al nerviosismo interior. No obstante Graciela fue capaz de articular algunas palabras y consiguió decirle al joven que en dos días estaría de nuevo por allí, ya que le tocaba la tarea en días alternos. Éste quedó pensativo, sin saber si le estaba diciendo que quería verlo, o que no se atreviese a volver a coincidir con ella. Recogieron sus pertenencias y cada cual marchó por su camino.

Pasó la semana, se cumplieron los días alternos y aunque el joven de las patillas no faltó ni un solo día a la cita, a veces con perros, a veces sin ellos, Graciela no volvió a aparecer por el parque. Sus temores se hicieron realidad y se quedó sin poder saciar sus ansias de entablar una conversación con ella. Una semana después él había entrado con un grupo de cómicos con los que trabajaba, a visitar el Teatro Colón y ella hacía labores de guía de tan singular escenario. Lucía un traje de chaqueta - de azafata -, con zapatos de tacón, medias de seda y un gracioso tocado adornado con trenzas. Al principio el joven no la reconoció, ni siquiera pareció prestar mucha atención a sus explicaciones, absorto como estaba en la contemplación de aquella enorme sala, con esos espejos que multiplicaban hasta el infinito el número de personas clonadas que podían observarse. Las lámparas, los cuadros, la balaustrada; todo le llamaba la atención como si fuese la primera vez que hubiese estado allí, cuando en realidad ya lo había hecho en otras ocasiones. Graciela se dio cuenta de su presencia y comenzó a mirarlo de soslayo de vez en cuando, procurando fijarse en sus ojos, pero éste – distraído – no era capaz de ver a la misma chica del Parque Las Heras. Tan sólo veía a una joven que daba explicaciones sobre el lugar que estaban visitando, y que decía como un latiguillo lo que se podía o no se podía hacer a lo largo del recorrido. Tuvo que ser otro de los integrantes del grupo quien le dijera:

—Che, boludo ¿de qué conocés a la mina?

—¿Qué mina? ¿De qué hablás?

—Vamos Leo, si no te quitá la vista de encima. Si vos no le prestás atención decidlo, ¡eh!, que yo estoy libre.

.../...Continúa en La conversación(2)

2 comentarios:

  1. A veces encasillamos a las personas en sus "uniformes" y no las reconocemos cuando cambian este.

    El chico tan distraidillo como muchos hombres:):) A ella, como a muchas mujeres, no se le escapa ni una:)

    En fin, a ver donde nos lleva esta nueva historia.

    Un abrazo

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  2. En busca de la conversación huidiza.

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¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?